El
juego es la manera que tiene el niñ@ de someter a prueba el mundo y
aprender acerca de él. Potencia la capacidad de imaginación,
creatividad, autoestima, sociabilidad, capacidad de representación,
desarrollo motor, habilidades cognitivas, comprensión del mundo
interno, etc.
Se
podría diferenciar una doble función:
a)
Por un lado la función de aprendizaje.
Desde un punto de vista terapéutico, el juego ofrece la oportunidad
de ensayar roles y explorar emociones. Es su propio canal de
comunicación y expresión, y es a través de éste, lo que le
permite una liberación de sus conflictos internos, ansiedades,
sentimientos y frustraciones. Permite al niñ@ explorar la agresión
y la ira, pero también jugar con sus miedos. Por medio del juego y
el movimiento, el niñ@ puede expresar y comunicar de una manera más
natural, que a través del lenguaje verbal. Al expresar abiertamente
en el juego sus emociones y conflictos, se da cuenta del poder
interno que tiene de pensar por sí mism@, tomar sus propias
decisiones y generar sus propias soluciones.
Por
otro lado, desde el punto de vista del aprendizaje, el niñ@ es por
naturaleza, un ser intelectual, una persona curiosa, que trata de
darle sentido a las cosas, que trata constantemente de entender su
entorno físico y social. Cada niñ@ nace con estas habilidades y las
desarrolla con el tiempo, observando, explorando, jugando y
haciéndose preguntas. Es a través del juego como el niñ@ comienza
a entender su mundo, ensaya lo posible y lo inédito, y por ello
aprende a manejarse en él.
Hoy en día, estamos en una sociedad moderna que infravalora y reduce
las oportunidades de juego libre, exponiendo a los niñ@s a infinidad
de actividades dirigidas, estructuradas y con horarios de adult@. Se
les priva de tiempo para explorar su imaginación, para encontrarse
consigo mismo y el mundo. De igual modo, se busca un desarrollo
precoz del niñ@. Se le intenta introducir de manera temprana
aprendizajes que no se corresponden a su edad madurativa. Y ya no
sólo introducir, sino que se les exigen, potenciando con ello la
competitividad, la desmotivación por aprender y la consiguiente
frustración.
Lo más importante en el desarrollo de un niñ@, es seguir su ritmo.
Es importante saber los parámetros que delimitan un desarrollo
“normalizado”, y debemos procurar un ambiente que lo estimule,
pero hemos de ser conscientes del ritmo individual de cada niñ@ y
aprender a escucharlo. El niñ@ necesita moverse en libertad para
formarse íntegramente como ser humano, asentando así un auténtico
aprendizaje y favoreciendo un crecimiento psicológicamente “sano”.
Dejemos
a los niños ser niños!
R.
Blasco