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domingo, 14 de febrero de 2016

DEJEMOS QUE LOS NIÑ@S JUEGUEN (R. Blasco)


Desde los primeros autores que se han ocupado del desarrollo infantil se ha dedicado especial atención a la presencia del juego; existiendo diversas teorías psicológicas del siglo XX que plantean la naturaleza de éste, como exponen Freud, Vygotsky, Bruner o Piaget.
El juego es la manera que tiene el niñ@ de someter a prueba el mundo y aprender acerca de él. Potencia la capacidad de imaginación, creatividad, autoestima, sociabilidad, capacidad de representación, desarrollo motor, habilidades cognitivas, comprensión del mundo interno, etc.
Se podría diferenciar una doble función:
a) Por un lado la función de aprendizaje.
b) Por otro lado la función terapéutica.
Desde un punto de vista terapéutico, el juego ofrece la oportunidad de ensayar roles y explorar emociones. Es su propio canal de comunicación y expresión, y es a través de éste, lo que le permite una liberación de sus conflictos internos, ansiedades, sentimientos y frustraciones. Permite al niñ@ explorar la agresión y la ira, pero también jugar con sus miedos. Por medio del juego y el movimiento, el niñ@ puede expresar y comunicar de una manera más natural, que a través del lenguaje verbal. Al expresar abiertamente en el juego sus emociones y conflictos, se da cuenta del poder interno que tiene de pensar por sí mism@, tomar sus propias decisiones y generar sus propias soluciones.
Por otro lado, desde el punto de vista del aprendizaje, el niñ@ es por naturaleza, un ser intelectual, una persona curiosa, que trata de darle sentido a las cosas, que trata constantemente de entender su entorno físico y social. Cada niñ@ nace con estas habilidades y las desarrolla con el tiempo, observando, explorando, jugando y haciéndose preguntas. Es a través del juego como el niñ@ comienza a entender su mundo, ensaya lo posible y lo inédito, y por ello aprende a manejarse en él.
Hoy en día, estamos en una sociedad moderna que infravalora y reduce las oportunidades de juego libre, exponiendo a los niñ@s a infinidad de actividades dirigidas, estructuradas y con horarios de adult@. Se les priva de tiempo para explorar su imaginación, para encontrarse consigo mismo y el mundo. De igual modo, se busca un desarrollo precoz del niñ@. Se le intenta introducir de manera temprana aprendizajes que no se corresponden a su edad madurativa. Y ya no sólo introducir, sino que se les exigen, potenciando con ello la competitividad, la desmotivación por aprender y la consiguiente frustración.
Lo más importante en el desarrollo de un niñ@, es seguir su ritmo. Es importante saber los parámetros que delimitan un desarrollo “normalizado”, y debemos procurar un ambiente que lo estimule, pero hemos de ser conscientes del ritmo individual de cada niñ@ y aprender a escucharlo. El niñ@ necesita moverse en libertad para formarse íntegramente como ser humano, asentando así un auténtico aprendizaje y favoreciendo un crecimiento psicológicamente “sano”.
Dejemos a los niños ser niños!


R. Blasco